¿Naturalizamos la coima?

Buscando otras informaciones, nos encontramos con este dato del 2016, que tal vez no ha tenido demasiadas variaciones en la actualidad: ‘El soborno es el delito que los argentinos menos denuncian ante la Justicia’. En ese año, apenas el 6 por ciento de los casos en los que un funcionario público solicitó una coima fue denunciado ante las autoridades.

Este dato surgió de la Encuesta Anual de Victimización que realizó el Ministerio de Seguridad de la Nación y que publicó en su momento el mismo INDEC.

“Restarle importancia al hecho, no considerarlo un delito, hasta tener dificultades para acceder al sistema de Justicia o desconfiar de las instituciones”, señala el informe como las principales razones de la alta proporción de delitos no denunciados.

¿Pero qué sucede en ciudades más pequeñas donde el coimero es reincidente y reconocido? ¿Por qué su superioridad lo sigue dejando en el lugar de confort donde además de su mala conducta, posiblemente “adoctrine” a otros empleados en el mal camino?

Es que el que coimea y el que paga la coima son dos caras de un mismo delito. Ambos son aprovechadores en busca de un beneficio, formados en la cultura de la corrupción, acostumbrados a acortar camino, y a no comprometerse.

El que paga “por fuera”, apenas puede llegar a ser un cómplice de conciencia limpia. Pero no siempre se es inocente por ser cobarde.




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