Los “impresentables”

carroceros

La definición resonó fuerte en la conferencia de lo Carroceros Victoria. “Porque no queremos ser más, los loquitos, negritos, y bulliciosos, los impresentables, como nos dicen por ahí, y algún que otro funcionario”…., así expresaba la nota para anunciar la decisión indeclinable de no participar en los carnavales del próximo año. No hay tiempo para desarrollar un proyecto, exponerlo, y realizarlo antes del 15 de enero, fecha prevista por el Municipio para abrir las puertas al corso. Es una obviedad que si no había tiempo hace 20 días, cada día que pasa aleja a los realizadores de la fiesta, más allá del presupuesto que presente el Estado o el privado.

¿Será que esta vez estamos realmente en un momento de inflexión? ¿Será el momento que los cantos de sirena no logren organizar un carnaval en 20 días como en otras oportunidades? ¿Será el fin de las pulseadas de poder…?

La comunidad siempre disconforme se divide entre carnaval popular, y carnaval espectáculo. Pero desde hace años que la fiesta de Victoria ve como la superan carnavales que eran de los más rezagados de la provincia. Mientras tanto nuestra fiesta más importante permanece en un “limbo” del tiempo. Sin la originalidad de antaño, sin el brillo de las fiestas actuales, el espectáculo es muchas veces criticado, pero no importa, porque la gente va igual.

Sería injusto no mencionar que no hay proyecto económico. Sin saber cuánto se invierte, cuanto se reinvierte (de uno y otro lado); sin balances, sin justificación de gastos. Sin ideas sustentables de desarrollo de recursos, es difícil pensar en un carnaval que sea cada vez mejor, que mantenga su particularidad, pero que esto último no sea una justificación para la chatura.

La sociedad ha cambiado, y ya no es viable un espectáculo donde no haya medidas de seguridad para los artistas, ya no corresponde que el predio del corso sea un gigantesco jardín de infantes de padres despreocupados, si se cuestiona hasta el concurso de belleza.

Tal vez lo más grave no sea tan visible. El espíritu de carnaval, ese que nos hacía de chicos golpear y golpear el tarro de dulce de batata hasta que nos retaran los vecinos suena cada vez menos, porque los altavoces apagaron, las vidrieras ya no se decoran, y lo que antes se armaba con tanta alegría e ilusión, es desde décadas un aguinaldo de unos pocos.

Esa sensación de plenitud en las noches de verano de escuchar allá lejos el repique de los parches, en cada barrio, se opaca, y el grito “aquí Victoria…”, está a punto de quedarse difónico.




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