De como el oso Bongo descubrió la verdad de la milanesa

En el Día del Circo reproducimos esta nota publica hace algunos años en "La Semana en Uno"

La historia es conocida hasta determinadas generaciones, pero cuando, a modo de ensayo, se la cuento a los más jóvenes, no pueden creer que haya pasado. ¿Cómo imaginar que alguien se podía topar en los canteros centrales de Avenida Centenario con un oso pardo, retozando a la hora de la siesta,  que alguien intentará pelearlo y otro lo permitiría. Si. Si Ud. tiene más de 40 años ya sabe de qué estamos por hablar.

El primer encuentro de los osos

Corría el año 1976, Victoria estaba en el circuito de los grandes circos, que llegaban para montar sus espectáculos en dos o tres sitios que la Municipalidad tenía dispuestos para tal fin, o para las comunidades gitanas. En este caso era un baldío en Avenida Centenario, frente al campo de deportes de la Escuela Normal, donde hoy hay algunas coquetas viviendas y una concesionaria de autos. Oscar Robledo, hasta esa semana conocido por “Cacho”, regresaba de acompañante en moto del balneario (había solo uno) y se toparon con la bestia que probaba unas moras de un árbol que todavía existe.  “¿Se animan a pelearlo?…Si lo derriban hay 24 mil pesos”, los “pinchó” el entrenador del animal, al que sujetaba con una  cadena, no tan gruesa, unida a un collar.  Robledo tenía solo 17 años, pero era un joven rústico, que practicaba boxeo en el club Huracán, y pesaba casi cien kilos. Y la plata, como ahora, le hacía falta. Alentado por su amigo, aceptó el desafío, pero como el circo aun no habría sus puertas hasta el fin de semana, lo citaron para un par de prácticas.

De Karadagian a Milanesa

El circo se llamaba “Circo Mexicano Veracruz”, donde trabajaba un gitano de apellido Yovanovich, un experto en osos y otros animales de circo. Entre ellos estaba el ya famoso oso Bongo, un oso pardo que había protagonizado una épica pelea con la leyenda del catch Martín Karadagian en 1966. Ese combate se transmitió en directo por Canal 9 y cuentan que alcanzó casi 30 puntos de rating. Pero los televidentes no era lo que abundaba en la Victoria del 76, por lo que la fama del animal se la daba el contrincante local, en este caso “El Gordo Milanesa” como se anunciaba en los megáfonos de la caravana que el circo hacía por la ciudad exhibiendo los animales en jaulas.  Antes de que prepare la misiva en defensa de los derechos de los animales, le advierto que la felicidad que vivíamos en esos momentos los chicos de las siete colinas, nos da cierta “indulgencia plenaria” para evitarnos la culpa. Si alguno de aquellos niños cierra los ojos e imagine la música, el ruido de las jaulas a media mañana y la proclama casi inentendible, todavía nos da ganas de salir corriendo a la vereda para ver asombrados la majestuosidad de las fieras.  Así “Cacho” pasó a ser para siempre “Milanesa”, solo por capricho del anunciador que vio en el abdomen del valiente,  la inspiración para el nuevo apodo.

Unos pocos años después el Veracruz comenzaría a librar una lucha cotidiana contra las asociaciones protectoras de animales que lo acusaban de maltratar a las fieras y de alimentarlas con perros callejeros. Esa era una pelea que se sabía perdida, pero que parecían resignados a pelear. La prohibición de los espectáculos con animales llegaría en los 80 lo que significó la decadencia para muchos circos del país, y la mutación de otros a shows que también nos hicieron reír, maravillando a miles de extraños muchas veces, a costa de olvidar sus propias penurias.

 Hoy tres funciones

El día de la pelea Milanesa estaba advertido, “nada de perfumes fuerte, y nada de alcohol”,  tal vez por eso (más por lo segundo), el animal enloqueció en la función del día siguiente y rompió el guante, rasgando la camisa de un tal Curuchet, momento dramático que contaremos en otro momento.

Pero volvamos a la función del viernes de palcos casi vacíos y gallinero lleno. Pasó el mago, las aguas danzantes, los trapecistas, malabaristas, y el payaso que entretenía al público para contener la ansiedad y permitir armar y desarmar las jaulas, mientras vendían la fotito y “la bola loca”, una pelotita de plástico montada sobre un canastito que flotaba cuando soplabas el extremo del juguete. Finalmente llegó el momento. Bongo con bozal y guantes subió a la arena aparentemente controlado por la cadena.  Luego subió Milanesa con un as bajo la manga que le había dado un payaso sin maquillaje: “No lo dejés avanzar al oso porque te liquida. Cuando se pare enseguida empújalo y tratá de voltearlo”. En el primer intento Milanesa ni lo movió y cuando el animal comenzó a avanzar, retrocedió esperando su momento. Cada minuto parecía una hora, y el olor al aserrín mezclado con bosta de los animales se hacía penetrante, pero ni cuenta nos dábamos por la adrenalina de la acción. El momento llegó, el oso se detuvo en un giro y Oscar, tan brutal como podría llegar a ser un ser humano, se azotó contra los 500 kilos fofos de Bongo que se derrumbó llevando a su contrincante con él. Oscar no pudo mantenerse en pie a pesar de haber volteado a la bestia y para los organizadores la pelea fue empate. Pero la mirada de Oscar, cuando quiere, sabe dar más miedo que el oso mismo, por lo que los organizadores fuera del escenario cedieron en pagar los 24 mil pesos al participante de la bizarra pelea.

Oscar Robledo – Milanesa

Las luces siempre se apagan

De la carpa llegaban los ecos de la última función y del sol  apenas una brasa encendida en un horizonte de islas,  aun sin el barrio privado. Oscar se iría de allí con la anécdota de su vida, un nuevo  nombre, y con una suma linda de dinero que transformaría en “La Mosca Blanca”, en un par de zapatillas “Zarpazo” , un Jeans “Topeca” , y  las dos únicas camisas “Polaris” de su vida. En el “Vasquito” se iría el resto en una interminable noche de tragos y pizza con amigos. ¿Y  que nos dejó a nosotros?….Emociones, ganas de decirle gracias por aportar a un momento de felicidad de tantos chicos y grandes, que hoy, parcos como somos, no nos atrevemos a decírselo de frente. Cada tanto lo transformamos en una cargada que es la forma que tenemos de reconocer “que lo vivimos”, o que nos lo contaron. Con los años, verlo nos deja una nostalgia, que nos enfrenta con el niño que fuimos, con todo lo que eso implica: fragilidad, ternura, ausencias, inocencia, errores, risas reales, fantasías…Esa etapa de la vida en la jugábamos despreocupados porque otros enfrentaban nuestras luchas, que ahora de grandes la sabemos pesadas, como ese oso, al que creemos que solo movió Milanesa. Como en la de los viejos circos, la vida va apagando una a una las luces, pero si nos animamos y de vez en cuando prendemos alguna lamparita del pasado, aún podemos encontrarnos en uno de estos recuerdos como el del día en que Bongo descubrió la verdad de la Milanesa.




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