Gaspar Benavento, el amor no ajeno de dolor

Nombrar a Gaspar Benavento en Victoria  es como nombra a Favaloro en cualquier parte de la Argentina. Un inobjetable, un indiscutido hombre de bien, un distinto. Motivo de orgullo permanente y uno de los primeros nombres que nos viene a la mente cuando nos piden referencias culturales de Victoria. Sospecho que quien se ha cruzado con sus trabajos, y principalmente con algún fragmento de las poesías que integran “La de la siete colinas”, sintió ese hilo conductor con el autor que pone en palabras sencillas –lo que hace aún más difícil su poesía- rasgos indiscutidos de nuestra tierra y de nosotros. Porque nos vimos reflejados en esas siestas casi de paraíso que pintaba tan  bien, y escuchamos esos pájaros que aun sonorizan las lomadas, y aunque nos veamos vulnerables, también sentimos las emociones que plasmaba en sus letras.

Esta semana uno de sus hijos, Herman Rafael, que tiene 89 años, estuvo por la tierra que tanto inspiró a su padre, y los periodistas intentamos rescatar algunos detalles de la personalidad del prócer victoriense.

El nombre  del entrevistado parece uno de los tantos errores del Registro Civil de la época que cambió la “n” de Hernán, por la “m”, pero en él se ve la ocurrencia de alguien que rompía el molde. “Me pusieron Herman, porque me contaba mi madre que mi hermano mayor insistía que quería un herman…nito, y entonces mi padre decidió ponerme Herman”.

 

Dolor en Chaco

Gaspar Benavento tuvo tres hijos con Estela Luisa Larrosa: Gaspar Lindor, Arnol Iranzio y Herman Rafael a quienes dedica uno de sus más hermosos libros: “Entre Ríos Tierra de Horneros”. En la charla con el menor de sus hijos, nos revela un hecho terrible en la vida del poeta durante su vida en Chaco en 1939, donde residió siete años, y que lo llevaría a dar un giro en su destino. “Papá ansiaba tener una hija mujer…Durante la vida en Chaco mi madre quedo embarazada. Estaban esperando a quien se iba a llamar Selva, pero la aborigen que la asistió en el parto, corto mal el cordón umbilical, y la bebé falleció….Papá tuvo una amargura enorme, y después de ese episodio pidió el traslado a Misiones…Finalmente lo enviaron a Colonia Pampa de la Alegría, a 15 kilómetros de  Roque Sáenz Peña”.

 

No le gustaba la política

En la entrevista con Herman buscamos destellos de la inspiración del genio, pero para su hijo era un hombre común. “No era metódico, tenía su escritorio y su máquina de escribir…En cualquier momento se sentaba y escribía…No comentaba mucho. En alguna oportunidad le aportaba alguna palabrita cuando recitaba en voz alta, pero no sé si las tenía en cuenta….Entre sus preferencias estaba el escribir sobre los próceres, y varios diarios y revistas le publicaban sus artículos, pero no le gustaba la política”.

Si bien, en la versión digital del Diario el Día de Gualeguaychu, el profesor de Historia, Osvaldo Delmonte, recordaría una publicación del 7 de enero de 1933, donde escritor victoriense, en el periódico “La Vanguardia” de Buenos Aires a modo de réplica a Juan B. Justo le decía:

“Mil escuelas, los niños olvidados / de toda la República, reclaman: / los que crecen arando las llanuras,  / los que viven trepando las montañas, / los que se echan al mar con sus enseres, / los que salen al monte con sus cargas, / los que cruzan las calles mendigando, / los que exprimen sudores en las fábricas”.

“Eso dice un Maestro, y un maestro/ de escuela, hace suyas las palabras/ y con el sol de todas las auroras /en homenaje al que alentó su marcha / por los niños de toda la República / las mil escuelas con amor reclama”.

 

Buen humor, pero también severo

Al parecer Benavento tenía buen humor y entre sus placeres estaban las tertulias con sus amigos, y “Le encantaba jugar a las cartas”, cuenta su hijo en la charla con La Semana. Digamos también que las bromas le trajeron algún dolor de cabeza, como la vez que de adolescente, se subió al mástil de la escuela Normal y realizo una proclama a la Revolución Rusa, que le costó la expulsión. “Una vez mi hermano que ya tenía 20 años, cuando estabamos de sobremesa, le dijo: Señor voy a hacer con usted , lo que nunca ha hecho conmigo…, y saco un cigarrillo y lo convido a mi padre, que a pesar que no sabía que él fumaba, le acepto con una sonrisa  y fumaron juntos”.

Pero no siempre tenía buen humor,  y podía ser muy severo cuando se enojaba. “Una vez le pego a mi hermano mayor que se había ido sin permiso a ver una carrera de autos que pasaba por la calle. Mi padre consideró que era muy peligroso. A mí nunca me pego, pero en más de una oportunidad prefería una cachetada a que me retara, porque cuando te retaba era profundo en lo que te decía”, recuerda Herman.

 

El escritor que tuvo que volver a aprender a leer y escribir

Un hecho poco conocido fue que Benavento en el esplendor de su producción literaria sufrió un accidente cerebro vascular que lo obligo a tener que volver a aprender a leer y escribir.  Su hijo tiene dudas sobre la edad que tenía al momento del accidente pero estima que entre los 42 y 44 años, pero si recuerda el preciso momento en que se dio cuenta lo que le estaba pasando. “Estaba escribiendo, saco la hoja de la máquina de escribir, y cuando la comenzó a leer, levanto la vista, y nos miró asombrado porque decía que no tenía sentido lo que había escrito. Se fue corriendo frente al espejo y se miraba las manos…Al poco tiempo sufrió una trombosis cerebral y tuvo que volver a aprender a leer y a escribir….Recuerdo que en mi casamiento el 22 de abril de 1954, él tardaba un poco en contestarte, porque decía que ahora, antes de hablar, tenía que repasar que es lo que iba a decir…Fue una de las secuelas que le dejo de la enfermedad”. Este hecho marca la dimensión del hombre y la pasión por lo que hacía. Hay que ponerse en la piel de un hombre que vivía de la palabra y que era un exquisito de la escritura, un maestro que no podía leer, ni escribir….Aun así, con resignación emprendió el camino de su recuperación desde el principio, y no conforme con eso, luego de la enfermedad escribió cuatro libros más.

 

Entre el rio y la gran urbe

No es novedad que Victoria estaba entre sus preferencia, y siempre la tenía presente, pero según cuenta nuestro entrevistado, “le tiraba mucho Buenos Aires. Era un asiduo concurrente al famoso Café Torntoni, donde se juntaba con sus amigos poetas y escritores …La página social del Diario Clarin que escribía Cona Cané solía mencionarlo”. Aparentemente este roce cultural, no lo encontraba en otras de las ciudades donde vivió, por lo que la bulliciosa ciudad lo atrapaba y fascinaba, tanto o más que las pacificas colinas a las que le dedicó un libro entero.

 

Todos coincidiremos en sus últimas palabras

Benavento tomaba una medicación para reponerse del ACV que le afectaba las piernas, y sufría lo que se conoce como Urea, una afección hereditaria, que produce problemas con la eliminación de desechos del cuerpo en la orina, y que hoy es tratable, pero en aquellos años, podía llegar a ser mortal. De hecho fue esta la enfermedad que lo llevo a la muerte, el 20 de abril de 1963. Herman fue triste testigo de aquel último momento y de la última frase que salieron del espíritu del escritor: “Estaba junto a él cuando murió, lo último que dijo fue ¡Qué lástima!”

 

Gaspar Lucilo Benavento

Nació el 6 de enero de 1902, en Victoria, Entre Ríos. Realizó sus estudios primarios y fragmento del secundario en la Escuela Normal. Termino la secundaria y se recibió de maestro en Alberdi, zona aledaña a Paraná, donde se recibió en la Promoción 1918 de Maestro Normal Rural. Ya con el título, trabajó un breve tiempo en Nogoyá y, posteriormente, en Buenos Aires. En 1922 fue designado Director de una escuela en Gorro Frigio, provincia de Chubut, y ese mismo año contrajo matrimonio.

Viajó al Sur de Argentina con su esposa y uno de los tres hijos: Gaspar Lindor, Arnol Iranzio y Herman Rafael. Allí siguió hasta 1926, año en que fue trasladado a otra provincia: Chaco, donde permaneció hasta 1939. Finalmente, a principio de 1940, fue reubicado en Capital Federal, adonde se jubiló como Subinspector General de Provincias, y donde permaneció en vida hasta el 20 de abril de 1963.

 

 

Su obra

Gaspar L. Benavento creó instituciones educativas y medios de comunicación. Ejerció en la docencia y en el periodismo impreso y radial. Además, publicó numerosas piezas en prosa, narrativa y dramaturgia.

 

Entre sus trabajos editados, tenemos los poemarios “Sol de amanecer (1926)””; “Tierra maldita (1929)”, “Ciudad de Vera de las Siete Corrientes (1934)”; “Madre (1940)”; “La de las siete colinas (1946)”; “Entre Ríos, tierra de horneros (1949)”; “Jujuy, rosada de airampos (1952)”; “La patria está en el campo (1958)”; “Soledad pensativa (1960)”.

 

En cuanto a libros de cuentos, ensayos, obras de teatro y textos escolares, están “Leyendas guaraníes y otras leyendas (1961)”; “El guaraní en Entre Ríos (1962)”; “Las sombras tienen luz (1967)” y “Títeres del mundo nuestro (1955)”; “Albricias (1942)”; “Martín Pescador (1968)” y “Afán y Fe (1968)”, entre otras producciones inéditas.  Sus textos escolares fueron muy exitosos, pero según comento su hijo en esta nota, decidió dejar de hacerlos y reeditarlos por las presiones de los gobiernos de turno por introducir conceptos en sus obras.

 

 




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