Un día como hoy fallecía Chacho Jaroslavsky, un político de raza

Aquel mes de febrero de 2002 lo recordaba así uno de los medios capitalinos más importantes del país:

Polémico, frontal y capaz de sorprender por la naturalidad con que pronunciaba las llamadas “malas palabras” (“No soy malhablado, pero si tengo que decir mierda, digo mierda”, decía), Jaroslavsky fue no sólo titular del bloque de Diputados radicales desde la restauración democrática de 1983 hasta entrados los 90. Fue, más allá de su cargo formal, un líder parlamentario clave para el gobierno de su amigo, el presidente Raúl Alfonsín; y desde 1989, ya en la oposición, ejerció un papel central en el acompañamiento que realizó la UCR a las leyes de emergencia económica pedidas al Congreso por su otro amigo, el presidente Carlos Menem.

Hijo de un acopiador de cereales, Jaroslavsky había nacido en Entre Ríos el 3 de mayo de 1928. Su familia se mudó a Buenos Aires y a los 13 años, cuando murió su padre, tuvo que trabajar de cadete en una fábrica de ladrillos. Pese a haber ido a la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945 “porque creía en Perón”, terminó por afiliarse a la UCR en diciembre de ese mismo año. Vivió en Victoria, en su provincia natal, donde fue empleado bancario y dirigió después el diario partidario “La Mañana”. Siendo judío, contó alguna vez que debió esforzarse para vencer la discriminación y ganarse un lugar en la política.

Ocupó diversos cargos partidarios y en los 60, siendo ambos diputados provinciales, conoció a Raúl Alfonsín, junto a quien fundó en 1972 el Movimiento de Renovación y Cambio, que catapultaría al ex presidente como figura nacional.

Le decían “Chacho” desde chico, en alusión a Chacho Peñaloza, y “porque era bastante malo”. Ese carácter de torbellino que le ganó un apodo para toda la vida, lo usó discrecionalmente en las arduas batallas del Congreso. Ya fuera del oficialismo, mostró toda su capacidad negociadora para allanar el camino a las leyes que reclamaba el menemismo como contrapartida por la precoz cesión del poder de parte de Alfonsín. A esa altura, ya había anudado una amistad con el jefe del PJ en Diputados, José Luis Manzano.

En 1992, Jaroslavsky pasó 8 meses en Cuba haciendo un tratamiento contra la parálisis de sus piernas, que amenazaba con postrarlo para siempre. Cuando volvió en agosto del 93, parado sobre sus propios pies, fue recibido como un héroe. Agradecido por su curación, defendió desde entonces a la Revolución Cubana y a Fidel Castro, su nueva y controvertida amistad.

Un año después la tragedia ensombreció a su familia: su hijo Juan Pablo, de 31 años, moría en el estallido de un polígono de tiro de la avenida Corrientes. El drama no medró su actividad como convencional constituyente, en la reforma del 94.

Pero la muerte del hijo marcó a Jaroslavsky, cuya salud sumaba deterioros: en 1995, en medio de la lucha electoral que lo halló como jefe de campaña del fallido candidato presidencial Horacio Massaccesi, fue internado con un infarto. Los problemas cardiovasculares lo asediaban. Para sus médicos, el cigarrillo y el estrés de la política eran las causas mayores. Nunca dejaría del todo ninguna de las dos.

En Cuba se había habituado a los célebres cigarros Cohiba. La política lo vio metido en renovadas polémicas: se declaró amigo de Alfredo Yabrán, ante lo que el radicalismo porteño amenazó con expulsarlo. “Los radicales pueden irse a la mierda”, disparó fiel a su estilo, y ventiló que la Juventud Radical había recibido 50 mil dólares donados por el empresario postal para la campaña del 95.

Su última movida eleccionaria lo mostró, en 1997, como aspirante a senador porteño. No pasó de una precandidatura.

Tenía una hija, Verónica, de un primer matrimonio. Se casó por segunda vez con su compañera




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