Algunos recordarán los intensos debates en la época de los trabajos de refulado para la construcción del El Solar de Victoria, donde los defensores del barrio cerrado, respondían a los que consideraban “un robo del horizonte” con una frase con esta frase: “Ahora se acuerdan de las islas cuando toda la vida se sentaron de espaldas al río”, que era una clara imagen de la costumbre de sentarse en la costanera mirando hacia la ciudad, como si no ver autorizara a la extinción. Pero esto fue discusión vieja, y al fin y al cabo nunca nos pondremos de acuerdo si la tierra con que se rellenó era la ellos o la nuestra. Esto viene a cuento porque al parecer cuando se cruza la isla con la ciudad, vuelven los problemas.
La naturaleza nos enfrenta a problemas que no veíamos o no queríamos ver. Derribó los terraplenes de Bema Agri que la justicia y el gobierno no se atrevía a voltear, dejó al descubierto los asentamientos irregulares en la zona costera, la despreocupación de los productores que dejaron morir animales en las islas, donde se pueden ver flotando por el río, o los apicultores que amontonaron sus colmenas en las cabeceras del viaducto, porque no tenían campos para trasladar su emprendimiento. Más triste aun aun es ver el desprecio por la naturaleza que hacemos los victorienses. Las imágenes que ilustran esta nota hablan por si sola. Allí nomás a escasos metros de la costanera : botellas de vidrio y de plástico, envases de tergopol, bolsas de nylon, cajas de vino, tarros de nieve, y hasta baños químicos extruidos, muestran el desprecio más crudo de la comunidad hacia su río, la falta de cultura, y descontrol. En el camping varias nutrias se amontan muertas una sobre otras, victimas de las gomeras de quienes no encontraron mejor diversión, que matar el tiempo, matando la vida. (La nota completa en La Semana)